La muñeca vestida de azul: ¿obsesión que cura?
- Gerardo Australia
- May 27, 2023
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Updated: Jul 5
Todos conocemos la ronda infantil Tengo una muñeca vestida de azul…
Compuesta por la escritora española, Montserrat del Amo Gili (1927-2015), esta pieza se ha usado por generaciones en el mundo de habla hispana para ayudar a los peques a aprender nuevas palabras y memorizarlas.

Con el tiempo la canción se fue “tropicalizado” en las diferentes partes del mundo. Si en España la letra original decía “Tengo una muñeca vestida de Azul, con su camisita y su canesú”, en México, al no saber qué diablos es un “canesú” (ahora me entero que es una pieza de un vestido a la altura de los hombros, a la que se cosen el cuello, las mangas y el resto de tela de la prenda), se prefirió cantar “…con sus zapatitos y su chal de tul”, una opción definitivamente más poética, sobre todo si se sabe qué es el tul (tejido fino y transparente que forma malla que se utiliza especialmente en vestidos de bailarina, velos de novia, tocados y mosquiteros).
Para mí el problema con la cancioncilla es que me rechoca que al cantarse en México el acento cae mal en “vestida”, o sea: en vez de ser “…vestÍda de azul”, como se debe, con su acento natural en la “i”, se dice “…vestidÁ de azul”, causándome el mismo efecto que cuando alguien se mete a la fila.
Detallitos aparte, este parloteo viene por una historia peculiar: cuando una “muñeca vestida de azul” le salvó la vida, ¡literalmente!, al gran pintor expresionista y escritor austríaco, Oskar Kokoschka (1886-1980), con lo cual pudo salir de una buena depresión y de la peor obsesión de su vida.

Kokoschka, nacido en el seno de una familia de larga tradición de orfebres-artesanos, conoció en 1912 a la entonces famosa Alma Mahler, la musa deluxe del siglo XX, mitad femme fatale, mitad curadora de genios, siempre con un cóctel existencial en la mano y un compositor en la cama.
inteligente y guapísima, un parte aguas en la historia cultural de la entonces efervescente Viena.
Alma tenía 32 años y la rodeaba un halo de misterio y admiración, pues no sólo era la esencia de la vampira culta y de gran talento literario y musical (excelente pianista/ compositora), sino una mujer Fin-de-Siècle de vida vibrante, amante y musa de genios como el mismo Kokoschka (pintor), Gustav Klimt (pintor), Gustav Mahler (compositor), Walter Gropius (diseñador) y Franz Werfel (escritor-poeta), entre un largo etcétera.
En la primavera del mencionado año, Oskar Kokoschka tenía 26 años y era el famoso enfant terrible del arte vienés. La primera vez que vio a Alma quedó hipnotizado: “Son de esas mujeres que te hacía ver cuán poco habías logrado”, escribió de ella otro de sus amantes, el compositor Tom Lehrer.

Al día siguiente de conocerla Kokoschka le pidió matrimonio. ¡Uups!, mala señal.
Alma, diestra en el arte de esquivar abejorros entusiasmados, rechazó de buena manera la oferta, no sólo porque aquello era una explosión emocional arrebatada, también porque tenía menos de un año de haber muerto su esposo, el titán compositor Gustav Mahler.
No obstante, Alma no tardó en sucumbir a los encantos de aquel joven alocado y de neurosis agitada, convirtiéndose en su amante. Desde el inicio, la relación fue tormentosa, como era de esperarse del cruce entre dos colosos de ego mimado. El problema surgió cuando el joven Oskar se obsesionó con el vínculo, volviéndose posesivo y celoso, al grado de afectar su ya tambaleante estabilidad mental. Durante noches de insomnio interminables y con ansiedad desbordada, el pintor escribía cientos de cartas firmadas como Alma Oskar Kokoschka, mientras la pintaba una y otra vez, cada vez más perturbado por la imagen de la mujer sibilina.
La gota que derrama el vaso se dio con la terquedad de Oscar en querer tener un hijo con ella. Por supuesto, engendrar no estaba en los planes en ese momento de Alma. De hecho, llegó a tener cuatro hijos (producto de sus tres matrimonios), de los cuales le tocó la horrible experiencia de ver morir a tres de ellos.
Sin embargo, en la relación con Kokoschka, entre que sí y que no, pleitos y fogosas rupturas y reconciliaciones, quedó embarazada. Pero las disputas y pleitos entre ambos comenzaron a ser cada vez más violentos, al grado de que ella decidió abortar.
Fue cuando Kokoschka se sumió en una profunda depresión, al punto de que su anciana madre, devastada por la salud del nene, decidió visitar a la “viuda-alegre”, pistola en mano, para sugerirle algunas soluciones al problema.
La amenaza surgió efecto. Al principio, Alma, emocional y mentalmente agotada, se alejó del pintor. Entonces estalló la Primera Guerra Mundial, y ¿qué mejor pretexto para deshacerse del bulto? De esta manera, Alma se dio a la tarea de alentar al pintor a alistarse en el ejército austríaco, hasta convencerlo.

De su experiencia bélica en el frente ruso, Kokoschka resultó con una herida de bala en la cabeza y un bayonetazo en el pulmón. Mientras se recuperaba en el hospital, se enteró de que su amada se había casado en secreto con su ex amante, el célebre diseñador Walter Gropius, fundador y primer director de la Bauhaus, la escuela que revolucionaría la enseñanza del arte en todo el mundo.
Desesperado por la noticia, Oscar solicitó ser enviado de nuevo al frente. Un mes después, regresó al hospital, vapuleado y en muy malas condiciones.
Una vez recuperado, Kokoschka decidió retomar su carrera artística con renovados bríos. Con el deseo de alejarse de las sombras de la mujer fatal, se mudó a Dresde. Sin embargo, la imagen de ella continuaba atormentándolo, dándole vueltas en la cabeza. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea un tanto descabellada: ¿por qué no encargar una muñeca de tamaño natural, una copia exacta de Alma Mahler?
En julio de 1918, Oscar se puso en contacto con la famosa fabricante de muñecas y pintora alemana, Hermine Moss:
“Si fuese capaz de llevar a cabo esta tarea como yo deseo, si pudiese engañarme de tal modo que cuando la vea y la toque me parezca estar frente a la mujer de mis sueños, entonces, querida señorita Moos, le estaría eternamente agradecido con su talento y habilidades y su sensibilidad como mujer y artista.”
Envía fotos, bocetos, medidas e indicaciones específicas para la realización del encargo:
“(…) las partes íntimas deben estar perfectamente hechas y cubiertas de pelo. (…) haga posible que mi sentido del tacto sea capaz de sentir placer en esas partes en que las capas de grasa y músculo dan paso, de repente, a un recubrimiento sinuoso de piel.”
La boca debía tener lengua y dientes y la piel lo más real que se pueda.
El paquete llegó a finales de febrero de 1919, si bien el chasco no se hizo esperar, pues Kokoschka, desilusionado y enojado, escribe a la señorita Moss:
“La capa exterior es como un pellejo de oso polar, más parecido a una alfombra peluda para colocar a los pies de la cama que a la piel suave y flexible de una mujer. El resultado es que ni siquiera puedo vestir a la muñeca que, como sabe, era mi intención, y menos aún adornarla con lencería delicada. Tratar de subirle una media sería como pedirle a un profesor de danza francés que bailase con un oso polar.”
La queja no era para menos:
Lo que el pintor había solicitado para "tener frente a mí la mujer de mis sueños" era un espeluznante monigote de trapo, recubierto con algo que se asemejaba al pelo de un yak. Además, estaba ataviada con una peluca negra enredada, senos apuntando en diferentes direcciones de la brújula, ojos oblicuos y vacíos, y una boca de payaso serio (nada más inquietante que un payaso serio). Su figura era rígida en el trazo, y sus pies la harían confundir con el abominable hombre de las nieves, un prototipo de lo que más tarde serían las muñecas inflables del erotismo moderno de consumo, sin plumas.

Por supuesto, la muñeca estaba lejos de satisfacer las necesidades sexuales del ansioso pintor, quien finalmente decidió ignorar los múltiples defectos del engendro. En su lugar, optó por darle cierta “animación” al colocarla en diversas posiciones: muñeca sentada en una silla, recostada en un sillón, con las piernas cruzadas sobre un taburete, abrazando un conejo, o incluso un perrito, entre otras. Para ello, dibujó más de 80 bocetos con especificaciones precisas y tomó cientos de fotografías.
No tardó Kokoschka en comenzar a mantener largas conversaciones con la muñeca vestida de azul. Además, le exigió a su ama de llaves que le brindara un trato humano y le comprara ropa para que tuviera ese toque femenino. Al parecer, a ella le encantó el “jueguito”, pues sin demora bautizó a su nueva patrona como la mujer silente (Schweigsame Frau).
Desde luego, el excéntrico pintor y su nuevo amor se convirtieron en la comidilla de Dresde, ya que los rumores hablaban de cómo llevaba a su muñeca a la ópera, a cenar a un restaurante y a bailar sin ningún reparo.
No obstante, sería la plumífera muñeca vestida de azul la que devolvería a la pintura al artista, quien la retrató con una loca obsesión, cada vez más fiel a su estilo expresionista. Esto lo llevó a definir finalmente este movimiento que se desarrolló particularmente en el centro de Europa y que permitió a muchos pintores adentrarse en lo más profundo de sus sentimientos, ideas y emociones. De este proceso surgieron temáticas oscuras como la soledad, la miseria, el pesimismo y la muerte, todo representado en colores y mezclas impactantes.

El mejor cuadro de la muñecona de Kokoschka es el pintado en junio de 1919, donde la pachona criatura aparece recargada en el sofá, enfundada en un precioso vestido azul:
“Finalmente, cuando ya la había dibujado y pintado una y otra vez, decidí deshacerme de ella. Me había ayudado a curarme completamente de mi pasión. Organicé una gran fiesta con champán y música de cámara, en la que mi ama de llaves Russerl exhibió a la muñeca con sus hermosos vestidos por última vez. Cuando empezó a amanecer -yo estaba bastante borracho, como todos los demás-, la decapité en el jardín y vacié una botella de vino tinto sobre su cabeza.”
¿Puede una obsesión volverte a tus cabales?
Es una pregunta que me gustaría responder a través de varios Martinis...
Para enterarse más sobre este insigne artista y su mundo, recomiendo ampliamente su libro de memorias:

En una entrevista, cuando le preguntan al pintor si olvidó de contar algo en su libro contesta:
"Sí, cuando pienso en Mi vida, me doy cuenta de que debí añadir una cosa más. O quizá describirla mejor: la expresión de los soldados rusos muriendo en los bosques durante la guerra".
Excelente articulo y con narrativa excepcional
Gracias y Felicidades Gerard, Los impenetrables laberintos de las pasiones humanas. Un abrazo